Senderismo, estilo de vida que nutre el alma de los caminantes
Caminar es una forma de meditación para calmar la mente y encontrar el sosiego.
Subir caminando desde el municipio de San Francisco a Subachoque, en Cundinamarca, es recorrer veinte kilómetros con el corazón a punto de rendirse, con el pulso desbocado y las piernas adoloridas. Pero, también, disfrutar del aire puro, vivir la naturaleza, regocijarse con los paisajes y sentir esa emoción indescriptible de coronar la loma y premiar el cuerpo con una descarga profunda de oxigenación.
Es derrotar la pereza y el sedentarismo que a veces nos dominan los domingos.
Quienes amamos caminar por las montañas los fines de semana estamos convencidos de que no hay mejor plan que dejar los apegos a la ciudad y la comodidad, al menos por unas horas, y arriesgarse al pantano, al frío, al calor, al esfuerzo. Al final, el premio es ser campeón de la montaña, así no nos pongan la malla rosa.
Se sube desde 1.520 a 2.663 metros sobre el nivel del mar. Son seis horas en las que, por lo menos alguna vez, pasa por la cabeza una idea: “¿Por qué diablos me metí en esto?”.
Es una caminada para expertos que también sienten el corazón salirse cuando, en medio del bosque de niebla, se empina la montaña y ya no hay marcha atrás. Si en el tramo aparece un carreteable, es inevitable pensar en hacerles una parada a los vehículos que cruzan, pero las ganas de cumplir el propósito y divisar desde lo alto los pliegues de las montañas azules pueden más. Se camina en silencio, cabizbajo, con la vista puesta en el camino. Tomando aire por la nariz y espirando por la boca. “Un descanso, un descanso, agua, agua”, se escucha en murmullos cada tanto.
Cuando el corazón late tan fuerte que no hay más ruidos y la respiración profunda logra algo de calma, se escuchan los trinos de los gorriones que aletean felices sin saber por qué. ¡Tal vez son libres! En esa región de clima templado también abundan los colibríes.
Al principio, la ropa debe ser liviana, pero, a medida que se empina la agreste mole de tierra, hay que protegerse de la baja temperatura. Ya en el bosque de niebla, es necesario evitar la hipotermia. Los expertos que caminan recomiendan acostumbrarse a los bastones, los hay desde 60 mil pesos y se venden unos muy sofisticados que pueden costar 300 mil pesos. Sirven de apoyo, evitan el cansancio extremo y hasta pueden ahuyentar a algún perro incómodo en el sendero.
Dice Juan Fernando Calle, experto guía, caminante y gerente de Ecoglobal Expeditions, una agencia dedicada a promover el ecoturismo, que no hay nada más grato que encontrar niebla y pantano en el bosque de niebla. “Es su estado natural, es su esencia y así es hermoso”. Margarita Martínez, otra amiga del camino, opina que todo es maravilloso en el senderismo. “Si llueve, es perfecto; si hace sol, excelente; si ventea, qué delicia. Es necesario conectarse con la naturaleza para gozarla”.
“Esa subida desde San Francisco de Sales es pura loma. A dos horas, hay una cascada de agua muy fría, atreverse a recibir esa energía es vibrante. Conmueve tanta riqueza”, señala Wilson Becerra, un caminante dedicado a logística y transporte.
Camino real en el ascenso de San Francisco a Subachoque, en Cundinamarca. En algunos tramos se aprecia el sendero de piedra.
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El grupo de veinte personas avanza, un guía adelante, que deja marcas para los demás, y otro que cierra, llamado ‘Rastrillo’. El cerro del Tablazo es testigo de este esfuerzo. En algún momento del camino, ya en los tramos finales, se confunden varias sensaciones. La felicidad por estar logrando el reto de semejante ascenso. La preocupación porque la niebla blanca, como una ruana, se enseñorea en el entorno y se acompaña de la lluvia. El dolor en las rodillas, que parece de todo el cuerpo. La emoción al imaginar cómo se narrará en la casa esta gesta. Al final, todo es una dicha.
Caminar es una forma de meditación para calmar la mente y encontrar el sosiego, dice el monje Densho Quintero, de la comunidad Soto Zen de Colombia. Él, que es un caminante, expresa: “Si se hace conciencia de cada paso y se está muy atento al entorno, es una forma de encontrar quietud y serenidad”. La frase viene a la mente del abogado Alejandro Abusaid, quien ha gozado el ascenso y siente, además, que su morral lleva piedras.
En medio de la neblina, pasadas tres horas de camino, es hora de almorzar. El cuerpo pide alimento; no es normal semejante esfuerzo. Entre semana, todo es en algún vehículo, y fácil. Sin cargas y sin subidas.
Hago parte de los visitantes del sendero, prefiero llevar un termo con una sopa de verduras, amaranto y quinua. Caliente, en medio del frío, es una delicia para mantener las energías y alejar la hipotermia. Otros caminantes prefieren un emparedado o atún. “Lo que no puede faltar es el bocadillo, las barras energéticas o el banano”, dice Calle.
Andrés Guhl, director de la Maestría en Geografía de la Universidad de los Andes, también lleva termo de té. En medio de la tertulia, convida a los compañeros y surge espontáneamente un estrecho vínculo de amistad animada por el silencio perenne de la ruda montaña. La hora del alimento tiene como escenografía árboles pequeños, orquídeas, helechos y troncos caídos. Los que apuran la comida con rapidez se acuestan por completo. ¡Qué difícil es levantarse! Máxime si lo que se viene es el ascenso final. Tres horas con más frío y fuerte viento.
Los caminantes asumen una especie de rutina: los que van adelante se detienen cada veinte minutos o media hora para esperar a los rezagados, aprovechan y toman fotos, se hidratan, se maravillan con el paisaje, con alguna flor, toman aire profundamente, realizan algún estiramiento y miran con decisión el filo, la meta.
Los metros finales son apasionantes. A través del matorral, se ve que el ascenso está terminando, que, de alguna manera, un poco más adelante, el terreno se hace amable. De pronto se despeja el sendero. A cielo abierto, libre del bosque de niebla, aparece una carretera; su inclinación es mucho menor, casi plana, y el color de la tierra se hace conocido. Unos minutos más, ya no importa el cansancio. Un viejo aviso en una lata dice: “Bienvenidos a Cuatro Vientos”, y, a un lado, el bus, el maravilloso y salvador transporte. Algarabía, signo de triunfo, gritos de ganador y la selfie como la medalla de honor.
Una mirada final mientras llega el resto del grupo. Es impresionante lo abajo y lo lejos que está San Francisco. Es conmovedor sentir que con entusiasmo se logran los propósitos. Son hermosas las variedades de tonos verde de la poderosa insinuación cordillerana.
Crece la afición
En la última década, en Bogotá ha surgido un grupo de personas que crece exponencialmente y cuya actividad principal es caminar en diferentes rutas disfrutando las maravillas de la naturaleza y respirando aire puro. Los domingos, centenares de personas salen de la ciudad en busca de estas actividades cuyos beneficios son enormes: descanso de las tensiones de la ciudad, ejercicio para mantener la salud y el goce de vivir nuevas experiencias. Son, sin duda, viajeros que aman salir en busca de atractivos lugares.
En Bogotá y los municipios aledaños hay, al menos, trescientas rutas. Incluyen tramos de los antiguos caminos reales, senderos ecológicos, ascensos a los páramos, divertidos baños en cascadas y frescos bosques de niebla. La capital colombiana tiene en su jurisdicción una gran parte del páramo de Sumapaz, el más grande del mundo. Su riqueza y biodiversidad no son solo de la sabana cundiboyacense; es un patrimonio mundial.
Una ruta mágica
Sumapaz, con su riqueza biodiversa, arropa los alrededores de Bogotá y una importante región de Cundinamarca. Su extensión es de 178 mil hectáreas y es el hábitat de osos de anteojos, venados, águilas y cóndores. Su producción hídrica es majestuosa y su nombre es famoso en escenarios medioambientales en diferentes lugares del planeta. Las lagunas son de origen glacial, entre las que se destacan la Guitarra, la Cajita, Chisacá y Bocagrande, esta última, precisamente, uno de los destinos más apetecidos por los caminantes.
En el páramo está el frailejón. El eterno habitante de las alturas es un símbolo. Hay ciento setenta especies referenciadas, y setenta y cinco avaladas. En los páramos de Colombia, hay de todas las variedades. Solo se aprecian en estas montañas de la región Andina. El olor del frailejón es fuerte, único, y transmite esa humedad de su entorno. En los páramos, uno de los paisajes más hermosos son los valles de frailejones, silentes y enhiestos. Pero también se aprecian las plantas medicinales como el romero y la valeriana. Son olores que relajan.
Ascenso final del sendero de San Francisco a Subachoque. Aquí, llevan cinco horas de esfuerzo.
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Juan Fernando Calle explica que para disfrutar de este sendero hay que ir bien preparado para las bajas temperaturas. Aunque el ascenso no es tan exigente, el frío y la lluvia muy helada generan una sensación de desamparo. “Es estar como abandonados en medio de la nada y no hay otra opción que caminar. Sin embargo, el mejor ejercicio es compenetrarse con esa vida apacible del páramo y vivirlo. Cuando se logra ese estado, la calma es plena y el goce, infinito. Valió la pena”, dice la comunicadora Sandra Peralta, apasionada por las caminatas.
Si quiere caminar
-Se recomiendan botas para ‘trekking’ (calzado para caminos montañosos). Se consiguen desde 150 mil hasta 800 mil pesos. -Las hay sencillas e impermeables, de suela fuerte y de caña para proteger los tobillos.
-Los yines no se aconsejan porque, si llueve, el algodón no se seca fácil y genera incomodidades.
-Hay en el mercado prendas livianas de secado rápido, como camisetas térmicas para las bajas temperaturas que no retienen la humedad.
-Se sugiere un buzo polar, bastones, chaqueta impermeable, medias de lana y un sombrero.
-Los yines no se aconsejan porque, si llueve, el algodón no se seca fácil y genera incomodidades.
-Hay en el mercado prendas livianas de secado rápido, como camisetas térmicas para las bajas temperaturas que no retienen la humedad.
-Se sugiere un buzo polar, bastones, chaqueta impermeable, medias de lana y un sombrero.
Organizaciones que hacen recorridos
En Colombia existen cientos de kilómetros de caminos reales en piedra, que fueron las vías de conquistadores, arrieros y campesinos. No hay una entidad del Gobierno dedicada a protegerlos. Las redes llevan, por ejemplo, desde Facatativá a Honda; por el oriente, hacia Choachí y hasta los Llanos; la ruta comunera, por Cundinamarca, Boyacá, Santanderes y Casanare.
En Bogotá hay organizaciones dedicadas a promover caminatas, con guías certificados por el Sena, entre ellas, Ecoglobal Expeditions, Caminantes del Retorno, Rekorridos, Caminar Colombia, Viajar y Vivir, Patilochos, Salsipuedes y Patabrava. Los precios para cada caminata en la región oscilan entre 40.000 y 55.000 pesos.
Texto y Fotos:
JESÚS ERNEY TORRES
Especial para EL TIEMPO
JESÚS ERNEY TORRES
Especial para EL TIEMPO
Por: JESÚS ERNEY TORRES |